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miércoles, 5 de marzo de 2008

Montaña y viajes al Perú


DE LOBOS MARINOS, CONDORES, ORCAS Y BALLENAS*

Imaginar un lugar secreto, accesible sólo para quienes se dedican a la difícil labor de recolectar mariscos, donde existen kilómetros de costa virgen poblada por miles de lobos marinos, bajo la tutela hambrienta de cóndores andinos apostados entre los verticales acantilados costeros y ser testigos de una parte de la cadena alimenticia animal, sigue siendo un espectáculo difícil de ver. Si a esto le sumamos la presencia de Orcas y Ballenas en las zonas alejadas de su litoral, todo se amalgama en un lugar mágico, de ensueño; mejor aún, apenas a 4 horas de Lima.

Hace unos años, cuando pasaba el verano en el poblado de Huarmey, algunos “mariscadores”, me referían de un lugar, a una hora del pueblo, donde había que descender un acantilado y alcanzar una playa con abundancia de mariscos y lobos de mar en estado absolutamente salvaje.

… solo es para “machos” me comentaba un robusto pescador mientras terminaba su última cerveza…

Como todos los proyectos interesantes, la idea se fue ordenando, incluso hicimos un reconocimiento de la zona y aquel acantilado referido, resultó ser un barranco de casi trescientos metros hasta la playa con zonas muy verticales y tierra suelta de mucho cuidado. Calculamos el material y tiempo necesario para finalmente realizar todos los preparativos y descubrir aquel mundo perdido.

Teniendo como base nuestra experiencia de montañistas, tres amigos y quien escribe, abordamos nuestro potente transporte motorizado que luego de una hora por duras arenas sueltas y pendientes, logró alcanzar el sitio correcto para iniciar la caminata. Precisaré que en varios tramos tuvimos que bajar a empujar la “máquina”, que no era más que un colorido moto taxi de nombre “Piero”, el cual se portó a la altura de las circunstancias.

Esta vez, el objetivo no se trataba de alcanzar una cumbre nevada en la cordillera de los andes o superar la cota seis mil metros. Resultó que descenderíamos al nivel del mar, utilizando todo el material de alpinismo que llevamos y pensando que nuestra recompensa estaba muy abajo, donde reventaban furiosas olas.

Tras abandonar nuestro transporte e iniciar una caminata de casi media hora, alcanzamos una capilla en homenaje a un mariscador fallecido por aquellos parajes tan remotos, soleados y secos. Atinamos en salir al amanecer de Huarmey, por lo que no tuvimos problemas con el fuerte sol a primeras horas de la mañana, pero más tarde, el intenso calor nos consumió de manera increíble.
Nos acercamos a los acantilados y nuevamente observamos la buena cantidad de metros que nos esperaban hasta abajo; precisamente en un momento en que oímos los potentes rugidos de los lobos marinos al notar nuestra presencia, quedamos atónitos al observar en una pendiente del acantilado, un enorme cóndor andino, que apostado en una roca, escogía su mejor presa trescientos metros más abajo. Nuestro curioso compañero, había descendido unos 400 kilómetros ó más desde la sierra y perdido un desnivel de seis mil metros en descenso.

Lógicamente tendría que hacerlo de regreso. Las corrientes aéreas favorecen los vuelos de estos gigantes del aire ya que solamente se dejan llevar por las corrientes y vientos.

Llegamos a la conclusión que la presencia del ave se debía a que precisamente durante los meses de verano costero, se produce el nacimiento de miles de crías y esto es aprovechado por los cóndores y gallinazos que se alimentan de las placentas o pequeños lobos abandonados o enfermos.

Iniciamos el descenso ubicando un antiguo clavo de acero bastante desgastado por los años, incluso los mariscadores más antiguos ignoraban quién había colocado aquellos seguros. Colocamos el seguro principal y uno a uno descendimos en rápel (técnica de descenso con cuerdas y equipo metálico ligero) hasta alcanzar una plataforma donde empezamos a “tender” la cuerda por el inmenso acantilado. Pudimos ubicar antiguas huellas y seguir el empinado descenso empalmando cuerdas de cincuenta metros cada.

Con sumo cuidado, abrazados ya por el calor, seguimos el resbaloso descenso hasta encontrar pedazos de red utilizados por los antiguos mariscadores como cuerdas fijas de unos dos metros y alcanzar el inicio de una travesía sobre tierra suelta y sumamente expuesta a una caída considerable. Alcanzamos una roca con tres seguros nada confiables donde colocamos casi todo nuestro material a fin de asegurar el descenso y sobre todo el regreso, que en realidad, era lo que nos preocupaba más.

Uno a uno culminábamos el último rápel, teniendo de fondo la espectacularidad del inmenso océano pacífico, una costa llena de lobos marinos y las olas que reventaban sobre nuestras espaldas, una verdadera pintura de paisaje pensaba, mientras terminaba de recoger los últimos metros de cuerda colocada en todo el vertical acantilado.

Habíamos alcanzado finalmente nuestro objetivo, ahora nos quedaba sacar nuestras cámaras de fotos, caminar por la playa rocosa y disfrutar el paisaje. Nada más hermoso que tener a pocos metros centenares de lobos de mar bañándose en los agitados mares, más de una vez quisimos acompañarlos por el inmenso calor a esa hora de la tarde. Nuestra reserva de agua se iba agotando, así que iniciamos rápidamente un recorrido por el sector.

A pocos metros, encontramos un grupo de lobos marinos que al vernos se fueron arrojando al mar desde una saliente rocosa. Imitaban aquellos deportistas del clavado al caer sobre la playa en una perfecta posición y salir a flote luego de unos pocos segundos. Apenas una pequeña cría se quedó en la orilla, seguramente era tan reciente que no pudo aprender a nadar. Nos acercamos lo prudente sin intentar molestar u ofuscar al enorme macho que unos metros adelante, vigilaba todos nuestros movimientos. El pequeño recorría la orilla intentando huir del animal más peligroso del mundo, el ser humano.

A medida que nuestra molesta presencia iba aumentando, los lobos, incluyendo otro enorme macho, se acercaban poco a poco a la orilla intentando echarnos de sus dominios. La decisión fue unánime: hay que irnos! dijimos al unísono y empezamos el ascenso por las cuerdas que habíamos fijado durante toda la mañana.

La roca que compone el lugar es bastante deleznable, pero es posible encontrar roca firme por donde se puede escalar sin problemas, además teníamos los seguros desde arriba. El inconveniente resultó el inmenso calor y la falta de agua, sin contar que casi nos quedamos a pocos metros de la salida en una extra plomo (pared de más de 100° de inclinación) que salvamos finalmente en equipo para salir como perdidos en el desierto luego de una dura lucha contra nosotros mismos.

El lugar no tiene nombre conocido, precisamente porque no lo es, así que simplemente le llamamos las “loberías de Huarmey”, un lugar de nuestro extenso litoral escondido y alejado de todo tipo de agresión, esperemos que se mantenga así y que seamos quienes nos apasionamos por la naturaleza y quienes comparten estas ideas, guardianes de este maravilloso entorno y lo mantengamos como tal. La naturaleza ha sabido sobrevivir por siglos y aquí ha sido siempre igual. Quienes osamos perturbar la tranquilidad de estos lugares, debemos llevarnos solamente el recuero de los momentos allí vividos y dejar imperceptibles nuestras pisadas que el tiempo y el viento borraran hasta nuestro retorno.

Sergio Ramírez Carrascal
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